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A veces la vida te da una de cal y otra de arena. En este caso, la cal fue la bajada de márgenes cuando España va bien, y la arena la Ley 16/1997, de Regulación de Servicios de las Oficinas de Farmacia, en la que quedó escrito, negro sobre blanco, que las farmacias en España somos establecimientos sanitarios privados de interés público. La verdad es que yo siempre me he considerado así: dueña de mi farmacia y prestando un servicio público de primera necesidad en mi barrio, pero siempre es bueno que una ley lo diga claramente.
Aquella ley también decía algo que, desde que somos un Estado Autonómico, ha sido una evidencia para todos los que lo han querido ver: que las Comunidades Autónomas son las que planifican y las que deciden. Los Colegios tuvieron que devolver la gestión de las aperturas que, a partir de entonces, se organizaron por la Comunidad Autónoma, no sé si para bien o para mal. Personalmente me fue bien con el Colegio, pero otros echaban pestes de una cosa que llamaban la rueda, y es que cuando salía una farmacia a concurso, la pedían farmacéuticos de toda
España, no para abrirla sino para dilatar la apertura. Nosotros ya teníamos bastante claro que había que hablar con nuestra Consejería prácticamente para todo desde que se hicieron cargo de la sanidad, pero en estos años todas las regiones habían hecho ya su propia ordenación farmacéutica y no siempre semejante la una a las otras. El resultado para los nuevos titulados era que algunos podían abrir farmacia o mantenerse abiertos en una región, y a lo mejor en la de enfrente no. O que en una te abrían una inspección por cosas que en el pueblo de al lado, que es de otra Comunidad, no tenían mayor importancia. Total, que había que estudiar derecho además de economía para sobrevivir.
Los tres años que quedaban para el cambio de siglo nos trajeron también nuevas ideas sobre atención farmacéutica y los primeros genéricos que no acababan de cuajar porque los pacientes no se fiaban de un medicamento que no se llamaba igual que el que le habían recetado en ocasiones anteriores. Y claro, también llegaron nuevos fármacos prodigiosos.
——¿Vais a tener la pastillita azul? — me contaba mi adjunto que le preguntaban los vecinos, porque no se atrevían a hablar conmigo de esas cosas.
Y es que el famoso Viagra nos trajo de cabeza por la publicidad que le dieron todos los medios de comunicación. Luego resultó que tenía un precio nada barato y que los médicos no lo recetaron tanto como se esperaba porque tenía sus problemas, pero en ese momento dio realmente juego a las conversaciones de rebotica.
Así, por aquel entonces teníamos tres temas de conversación: la píldora azul, el tiempo y que los sueldos no subían porque la inflación caía por debajo del 2%. Bueno… en realidad había otro tema que también dio que hablar: el Tribunal de la Competencia que se salió con la suya en la libertad de horarios. En las farmacias se impuso el criterio de libertad y flexibilidad horaria a partir de 1997, de forma que las Comunidades Autónomas solo podían regular sobre horarios mínimos para garantizar el servicio.
Algunos, sin embargo, tuvimos problemas. Y es que las autoridades se resistían a perder el poder que tenían sobre los boticarios. Pero el Tribunal Supremo nos dio la razón sobre la posibilidad de decidir horarios que fueran más adecuados a nuestra barriada y a nuestra gente. A mí, por ejemplo, me interesaba cerrar más tarde porque cuando las familias volvían a casa era cuando se dedicaban a comprar lo que les faltaba… y no vean lo difícil que se me hizo poder hacerlo. Formalmente se habían acabado los módulos horarios… pero los módulos de alguna manera siguen.
Y si la entrada «histórica» del libro Venturas y Desventuras de la farmacia del Dr. Enrique Granda os ha gustado, podéis disfrutar de todas las anécdotas y del repaso de la historia en este libro descargable disponible en nuestra Farmateca.
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